Él
quería conocer la verdad, sin tapujos. Por eso, cuando le diagnosticaron, hace
casi veinte años, esclerosis múltiple –una enfermedad incurable, progresiva y
degenerativa– pidió que le explicaran exactamente a qué debía atenerse en
adelante: “Te puedes quedar tetrapléjico, ciego, mudo y en cama; pero lo peor
es que no consigas superarlo y lo que sólo es una enfermedad psicosomática,
acabe siendo algo psíquico”
Joaquín
Romero tiene 41 años, y hace unos dieciocho que va en silla de ruedas. No puede
andar, el brazo izquierdo lo tiene casi perdido, apenas ve, le cuesta respirar
y la cabeza le está fallando. Cuando se dio cuenta de que no podría valerse por
sí mismo decidió adaptar su casa y montar, con su hermano Borja una empresa que
ayudara a personas discapacitadas como él. Un arquitecto técnico y un
ingeniero. B&J
Adaptaciones es hoy la única empresa española en su
campo y, gracias a ella, Joaquín ha podido hablar y ayudar a muchas personas…
“de silla a silla”, como él dice. Y es que, a pesar de ser plenamente
consciente de su situación, el pesimismo no le pierde y no duda en definir su
situación como de “un milagro; un caricia de Dios”…
Tendría
yo 22 ó 23 años. Lo tenía todo perfectamente calculado: había hecho el servicio
militar; estudié lo que quise, arquitectura técnica… Ya pensaba en subirme a
andamios y dirigir obras. Me gustaba el fútbol. Un día, jugando con mis amigos,
fui a chutar el balón, le di con el empeine y entonces empecé a notar como
miles de hormigas por todo el cuerpo; luego vino la doble visión y fui al
médico.
¿Qué te dijo?
En
ese momento, lo que me sonaba más extraño era el psiquiatra, pero me llevaron
al neurólogo. ¿Qué era eso? No lo había oído nunca. Mis esquemas se me fueron
rompiendo poco a poco. Yo quería que me recetara las medicinas y ya está, todo
solucionado. “No, no, Joaquín” me dijo. “La esclerosis es incurable”. “Vale,
pues conviviré con ella” le dije –no tenía ni idea de a qué me enfrentaba. “Es
una enfermedad progresiva y degenerativa: no es una carrera de velocidad, sino
una maratón. Tendrás que ir bien preparado, dosificar tus energías; no a
grandes zancadas sino paso a paso”.
Y ¿qué hiciste? ¿Qué pensaste?
No
lo sé. Aún era un poco inconsciente de lo que me ocurría. Me pasaban cosas
totalmente inauditas para mí. Mi condición de “cerebrotónico” hacía que
quisiera tenerlo todo amarrado, pero era imposible. Gracias a Dios llevaba unos
años en el Opus Dei y ahí siempre he tenido a alguien con quien confiar y
contar mis problemas. Yo tenía la sensación de que cualquier cosa nueva que me
ocurría era algo muy grave. Y lo contaba, y me escuchaban, y nos íbamos a tomar
unas copas cerca del mar –soy un apasionado del mar–…; con esa excusa, me
conocí todos los chiringuitos de la costa barcelonesa…
¿Así se solucionan las cosas?
No
se solucionan, pero sí consigues objetivarlas un poco más. Muchas veces, el
gran problema de personas afectadas con esta enfermedad es que se quedan
trabadas por tonterías que en minutos se aclaran. El médico me lo dijo muy
claro ya que yo quería conocer exactamente a qué atenerme. Soy enfermo, pero no
tonto. Podría quedarme tetrapléjico, ciego, mudo y en cama. Pero que lo peor
era que lo físico afectara a lo psíquico y entrara en depresión.
Por eso no te detuviste
Claro.
Y por eso, cuando vi que si no hacía algo ya no podría valerme por mí mismo, mi
hermano Borja y yo adaptamos mi casa de forma que pudiera controlarlo todo
desde la silla, o desde la cama, o desde el ordenador. Así fue como lo que
comenzó en esos poco más de 30 metros cuadrados, hoy es ya una empresa –única
en España– que construye, adapta y soluciona la vida de miles de discapacitados
con problemas similares, peores o iguales al mío. Y lo mejor es que yo puedo
hablar a mis clientes de silla a silla…
Habrás visto mucho dolor
Una
vez me llamó una señora pidiéndome una solución para su marido enfermo. Le dije
que lo miraría. Pasado poco tiempo, la llamé, pero no estaba. Había ido al
funeral de su marido…
Desde
entonces me prometí no desperdiciar ni un segundo de mi vida para ayudar a
quien se me acercara. A veces viene un cliente y te pregunta por unas máquinas
y al final: “Y tú, ¿qué?”. “¿Qué de qué?”, les digo. “No, ¿que cómo lo llevas?”
¿Qué les dices? ¿Se puede amar el dolor?
No.
Por sí mismo no. El dolor no tiene ningún sentido: el sentido lo tienes que
buscar tú. Yo les digo la verdad. Lo que siento y lo que veo. Les digo que
estoy atravesando uno de los mejores momentos de mi vida porque sólo ahora he
comenzado a intuir un poco el valor tan grande que se esconde detrás de esta
enfermedad. Es un misterio el dolor, sí; no nacemos con un manual debajo del
brazo en el que se explica: número uno, cómo se lleva; número dos, qué hacer
cuando dura más de dos semanas… ¡Qué fácil sería si ya lo supiéramos! Quizá,
como Dios nos ha hecho libres, nos deja a nosotros la oportunidad de
descubrirlo… “¡Qué Padre más injusto!”, podrías pensar. Pero eso es lo fácil.
¿Por qué no echarte la culpa a ti mismo? En cuanto a inteligencia e intuición,
no creo que le falte, a Dios. Quizá te falte a ti; entonces, pregúntate por qué
no lo entiendes y te animo a que te acerques a Él a través de los Sacramentos…
Pero esto es una solución para los que creen…
¿Qué
esperabas que te contara? ¿Que fueras a un grupo de mutua ayuda, donde unirse y
quejarse en alto de lo duro que es la sociedad, de lo difícil de nuestra
situación…? No. Sólo te puedo decir una cosa: no he estudiado ni por asomo
teología, pero que yo sepa no se ha explicado teológicamente por qué se puede
vivir con alegría dentro del dolor…; yo, en cambio, lo he conseguido. Y no es
broma. En términos de salud, lo he perdido todo. Pero hay una cosa no he
perdido jamás: lo que tengo dentro que me da una gran paz; una seguridad de
saber que lo que he elegido –por lo que apostado– eso, funciona. Si repaso los
años que tengo, no recuerdo nunca haber estado tan bien como ahora. Lo he
probado cuando estaba sano y jugaba a fútbol. Cuando estaba con los amigos.
Cuando estudiaba y estudiaba mucho… y me funcionaba. Lo sigo usando ahora que
estoy enfermo… y justo hoy que me he caído en la calle y me he dado un golpe en
la cabeza. Me podría haber hecho daño… pero yo sigo contento. Para mí, lo que
estoy viviendo es como un milagro, una caricia de Dios. Puede sonar a risa, a
ironía, a locura… no. Esto no lo hace un hombre. Un hombre no es capaz de tener
una imaginación tal como para inventar algo tan complejo como todo lo que te
estoy contado. No: eso sólo lo sabe y puede hacer Dios.
¿No te ha entrado ningún momento de desesperación, una
tentación de decir “basta”? ¡También somos de carne y hueso!
Sí,
claro. Muchos. Momentos en que pensaba que Dios se estaba ensañando conmigo y
que yo ya había tocado fondo… Recuerdo un cliente que, después de las preguntas
“comerciales” pertinentes, me dijo que quería suicidarse. Yo le dije que
también lo había pensado alguna vez y comencé a explicarle mi “plan”. Un “plan
de suicidio” perfectamente trazado: voy al metro adaptado que tengo cerca de
casa, pago, me acerco al andén, me preparo para accionar el joystick de la
silla y… ¡Es muy fácil! Pero entonces, cuando ya lo tengo totalmente encantado,
le doy la vuelta y reconduzco la conversación: ¿no te parece más bello luchar
por la vida?
Hay gente que dice que la eutanasia es una solución
¿Quién
lo dice? ¿Los enfermos, o los que tienen que aguantar a los enfermos? En cuanto
a éstos, si realmente aman al enfermo, no pueden encerrarse sencillamente con
su “solución”. Eso es injusto egoísmo. Tienen la obligación de formarse y ver
que hay muchas opciones. No se puede zanjar un tema tan importante diciendo
simplemente: “buena muerte”. Si has oído, aunque sea de lejos, que alguien da
una solución, tienes que descubrir cuál es. Si quieres realmente al enfermo –si
lo amas de veras–, tienes que buscar todo lo que puedas…
¿Y si es el mismo enfermo quien lo pide?
En
ese caso me pongo más en su lugar. Hay que hablarle de tú a tú. Le diría: “No
pienses que eres un trasto inútil, una sanguijuela… no. Todo lo contrario, tío…
tienes la oportunidad de poder hacer ver el valor tan grande que esconde el
dolor. Es una misión”. Como las COES. Es importante que la gente entienda que
una persona con discapacidad no es una persona inservible.
Todo esto, ¿lo descubriste de la noche a la mañana?
¡No,
no! Esto sería con el manual del que te hablaba… A los quince años ni siquiera
se me pasarían por la cabeza estas respuestas. Son cosas que he ido madurando,
y ahora veo más claras… pero desde entonces, ¡han pasado más de veinte años! El
Joaquín Romero de ahora, no tiene nada que ver con el de ese momento. Si
quieres es más radical… pero con un corazón que no le cabe dentro.
¿Qué le dirías a Dios cuando llegues al Cielo?
Le
daría un “gracias” y un besazo. Gracias y un beso muy grande por la vida que me
ha dado. Porque además, no hubiera deseado otra vida. Deseo lo que Él ha
querido. Diría “chapeau”. Si tuviera un sombrero, me lo quitaría. Me pondría de
rodillas –porque entonces sí podría– y le diría: “increíble. Lo has bordado”.
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