Queridos hermanos y hermanas:
«Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8).
Estas son las palabras pronunciadas por Jesús cuando envió a los apóstoles a
difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase a través de gestos de
amor gratuito.
Con ocasión de la XXVII Jornada Mundial
del Enfermo, que se celebrará solemnemente en Calcuta, India, el 11 de febrero
de 2019, la Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos,
recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano,
son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los enfermos
requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y
sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra
persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como
advierte san Pablo—: «¿Tienes algo que no hayas recibido?» (1 Co 4,7).
Precisamente porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera
posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina
y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la tentación de
la manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gn3,24).
Frente a la cultura del descarte y de la
indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de
desafiar el individualismo y la contemporánea fragmentación social, para
impulsar nuevos vínculos y diversas formas de cooperación humana entre pueblos
y culturas.
El diálogo, que es una premisa para el
don, abre espacios de relación para el crecimiento y el desarrollo humano,
capaces de romper los rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad.
La acción de donar no se identifica con la de regalar, porque se define solo
como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una
propiedad o de un objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente
porque contiene el don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. El don
es ante todo reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del
vínculo social. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en la
encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e
indigente. Cuando nacemos, necesitamos para vivir los cuidados de nuestros
padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca podremos liberarnos
completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos
arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es
una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. El justo reconocimiento
de esta verdad nos invita a permanecer humildes y a practicar con decisión la
solidaridad, en cuanto virtud indispensable de la existencia.
Esta conciencia nos impulsa a actuar con
responsabilidad y a responsabilizar a otros, en vista de un bien que es
indisolublemente personal y común. Solo cuando el hombre se concibe a sí mismo,
no como un mundo aparte, sino como alguien que, por naturaleza, está ligado a
todos los demás, a los que originariamente siente como “hermanos”, es posible una
praxis social solidaria orientada al bien común.
No hemos de temer reconocernos como
necesitados e incapaces de procurarnos todo lo que nos hace falta, porque solos
y con nuestras fuerzas no podemos superar todos los límites. No temamos
reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha inclinado (cf. Flp 2,8)
y se inclina sobre nosotros y sobre nuestra pobreza para ayudarnos y regalarnos
aquellos bienes que por nosotros mismos nunca podríamos tener.
En esta circunstancia de la solemne
celebración en la India, quiero recordar con alegría y admiración la figura de
la santa Madre Teresa de Calcuta, un modelo de caridad que hizo visible el amor
de Dios por los pobres y los enfermos. Como dije con motivo de su canonización,
«Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa
dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por
medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la
abandonada y descartada. […] Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas,
que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que
Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para
que reconocieran sus culpas ante los crímenes […] de la pobreza creada por
ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la “sal” que daba sabor a cada
obra suya, y la “luz” que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni
siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento. Su misión en las
periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en
nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más
pobres entre los pobres» (Homilía, 4 septiembre 2016).
Santa Madre Teresa nos ayuda a
comprender que el único criterio de acción debe ser el amor gratuito a todos,
sin distinción de lengua, cultura, etnia o religión. Su ejemplo sigue
guiándonos para que abramos horizontes de alegría y de esperanza a la humanidad
necesitada de comprensión y de ternura, sobre todo a quienes sufren.
La gratuidad humana es la levadura de la
acción de los voluntarios, que son tan importantes en el sector socio-sanitario
y que viven de manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano.
Agradezco y animo a todas las
asociaciones de voluntariado que se ocupan del transporte y de la asistencia de
los pacientes, aquellas que proveen las donaciones de sangre, de tejidos y de
órganos. Un ámbito especial en el que vuestra presencia manifiesta la atención
de la Iglesia es el de la tutela de los derechos de los enfermos, sobre todo de
quienes padecen enfermedades que requieren cuidados especiales, sin olvidar el
campo de la sensibilización social y la prevención. Vuestros servicios de
voluntariado en las estructuras sanitarias y a domicilio, que van desde la
asistencia sanitaria hasta el apoyo espiritual, son muy importantes. De ellos
se benefician muchas personas enfermas, solas, ancianas, con fragilidades
psíquicas y de movilidad.
Os exhorto a seguir siendo un signo de
la presencia de la Iglesia en el mundo secularizado. El voluntario es un amigo
desinteresado con quien se puede compartir pensamientos y emociones; a través de
la escucha, es capaz de crear las condiciones para que el enfermo, de objeto
pasivo de cuidados, se convierta en un sujeto activo y protagonista de una
relación de reciprocidad, que recupere la esperanza, y mejor dispuesto para
aceptar las terapias. El voluntariado comunica valores, comportamientos y
estilos de vida que tienen en su centro el fermento de la donación. Así es como
se realiza también la humanización de los cuidados.
La dimensión de la gratuidad debería
animar, sobre todo, las estructuras sanitarias católicas, porque es la lógica
del Evangelio la que cualifica su labor, tanto en las zonas más avanzadas como
en las más desfavorecidas del mundo. Las estructuras católicas están llamadas a
expresar el sentido del don, de la gratuidad y de la solidaridad, en respuesta
a la lógica del beneficio a toda costa, del dar para recibir, de la explotación
que no mira a las personas.
Os exhorto a todos, en los diversos
ámbitos, a que promováis la cultura de la gratuidad y del don, indispensable
para superar la cultura del beneficio y del descarte. Las instituciones de
salud católicas no deberían caer en la trampa de anteponer los intereses de
empresa, sino más bien en proteger el cuidado de la persona en lugar del
beneficio. Sabemos que la salud es relacional, depende de la interacción con
los demás y necesita confianza, amistad y solidaridad, es un bien que se puede
disfrutar “plenamente” solo si se comparte. La alegría del don gratuito es el
indicador de la salud del cristiano.
Os encomiendo a todos a María, Salus
infirmorum. Que ella nos ayude a compartir los dones recibidos con espíritu
de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a
las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a aprender
la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos mi cercanía
en la oración y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 25 de noviembre de 2018
Solemnidad de N. S. Jesucristo Rey del Universo
Solemnidad de N. S. Jesucristo Rey del Universo
Francisco
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