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viernes, 27 de abril de 2018

EN LAS LLAGAS DE CRISTO

Cuenta S. Juan en su evangelio 20, 24: "Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.

Le dijeron, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando con las  puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Entonces Tomás respondió y le dijo: !!Señor mío, y Dios mío!"
La tradición cristiana a través de los siglos ha mantenido una gran devoción a las llagas de Cristo, seguramente como fruto de la meditación de estos versículos. S. Bernardo por ejemplo escribía: "A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de pedernal, es decir, puedo gustar y ver que bueno es el Señor" (Sermón, 61).
El Papa Francisco en una homilía también se refería a este pasaje: "Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad"
Y, S. Josemaría Escrivá en 1933 anota: "Meterme cada día en una llaga de mi Jesús" Es una devoción que mantendrá a lo largo de su vida entera y que recomendará a los jóvenes que se acercaban a él. Así escribía a un hijo suyo que en 1938 se encontraba en el frente de guerra: "Querido Juanito: Esta mañana, camino de las Huelgas, a donde fui para hacer mi oración, he descubierto un Mediterráneo: la Llaga Santísima de la mano derecha de mi Señor. Y allí me tienes: todo el día entre besos y adoraciones. ¡Verdaderamente que es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! Pídele tú que Él me dé el verdadero Amor suyo: así quedarán bien purificadas todas mis otras afecciones. No vale decir: ¡corazón, en la Cruz!: porque, si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¿qué no harán las Cinco abiertas en el madero? ¡Corazón, en la Cruz!: Jesús mío, ¡qué más querría yo! Entiendo que, si continúo por este modo de contemplar (me metió S. José, mi Padre y Señor, a quien pedí que me soplara), voy a volverme más chalao que nunca lo estuve. ¡Prueba tú!"
Os recomiendo esta devoción a las  personas que estáis enfermas porque ahí, en Cristo, -en cualquiera de sus heridas- podemos ofrecer el dolor, el cansancio, el desánimo... o, pedir perdón por los pecados propios y por los del mundo entero. También para darle gracias por tantas gracias como nos da a diario, aunque algunas veces nos cueste reconocerlas. Pedir por tantas personas que sufren y, por supuesto para estar con Jesús, dejándonos empapar de su amor, llenándonos de paz.
Lo he entresacado de un  artículo publicado en la página web del Opus Dei:http://opusdei.org/es-es/document/nuevos-mediterraneos-iii-desde-la-llaga-de-la-mano/

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